Aún hay buenas personas
Hoy, en otro de mis acostumbrados viajes en autobús iba
oyendo esas locas conversas que uno suele escuchar y entonces escuche una
distinta, que me pareció interesante, escuche a un señor mayor, un tanto
desorientado, no sabía dónde se encontraba o al menos no con claridad. Mi corazón
se enterneció un poco debido a la fragilidad de aquel abuelo. El colectivo ante
mis ojos se conmovió, quizás igual que yo. Por lo cual todos mostraron un interés evidente
en ese señor. En cada esquina que pasábamos le preguntaban si se bajaría, pero
el ancianito entre balbuceos negaba e intentaba explicar que iba a un centro de
salud cercano, para buscar una receta médica, traía consigo una pequeña bolsa
llena de frutas y se mostraba un tanto angustiado por su evidente confusión.
Tras unas calles un señor curioso le pregunto con cierta
timidez, la razón por la cual viajaba solo y fue cuando literalmente sentí un
nudo en la garganta. El abuelo casi susurrando confesó que vivía solo, que su
familia lo había olvidado hace mucho, un cuchicheo acabo con tanto silencio, la
gente estaba indignada decían “los hijos, uno los cría para esto”. Pero yo solo
veía por esa ventana tan filosófica, como es una ventana de bus. Entonces
llegamos al destino del anciano, este se bajo lenta y torpemente, como era de esperarse.
No estoy realmente segura de que mi tristeza solo se deba al
señor o quizás estoy en esos locos días de las mujeres, donde ves un cachorro y
comienzas a llorar, sin razón aparente. Pero he de admitir que pensé en mis
abuelos, mi abuela que ya no es como solía ser, apenas recuerda su nombre y en
ocasiones confunde el mío, ella vive conmigo (a veces no soporto sus preguntas
constantes, ni su actitud propia de un niño, pero recuerdo que ahora es una
niña, una niña con algunas décadas demás). No obstante, son estos los momentos en los que
la imagino sola y desesperada en las calles, sin rumbo como un animalito
desvalido y es por ello que doy gracias a Dios porque ella si tiene personas
que velen por ella, no seremos muchas pero aquí estamos. Así como mi abuelito,
quien es muy testarudo, quiere valerse por sí mismo y se empeña en manejar, eso
me inquieta, de solo pensarlo, pero también sé que Dios ve por él.
Hoy, quiero creer que simplemente estoy sensible, ya que
mientras desayunaba y veía la televisión, comenzó “Stuart Little” ¿La
recuerdas? La película chistosa cuyo protagonista es un ratoncito humanizado,
el cual es adoptado por la familia más adorable que pudo brindarnos la gran pantalla.
En fin, mientras Stuart contaba su
triste historia en el orfanato, me di cuenta que mis ojos se empañaron, pero
detuve esas lagrimas antes que se escaparan sagazmente de mis ojos. Solo entonces
note que mi sensibilidad amaneció a flor de piel. Por ello, decidí regalarme el
beneficio de la duda y quedarme cómodamente en mi coraza, la cual se niega a
admitir uno que otro sentimentalismo. No
pude evitar desviarme nuevamente del tema, lo que verdaderamente me sorprendió
este día, fue la humanidad y compasión que aun deambulan en mi bella tierra,
pasando casi desapercibidos entre tanto desdén. Hay días en los que no
encuentro personas buenas ni bondad por ningún lado o quizás la dejan en casa, olvidada
en algún cajón. Por acá solo se observa la viveza criolla, esa que con tanto
orgullo y prepotencia presume la gente. De hecho pasando por el banco esta
mañana, estaba en una fila (para variar) y me encontré la contraparte de esas
personas nobles del bus. Vi una cantidad incontable de cinismo, pésimos modales
y ni una pizca de compasión, ni por personas mayores, ni por mujeres embarazadas,
totalmente lamentable. Pero preferí quedarme con lo bueno y desechar lo malo,
comenzar la semana pensando que allá afuera aún hay gente buena, que si ves con
cautela encontraras al verdadero venezolano.
Les habló #PeriodistaNoctambula
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